Tengo la cabeza a 100 kilómetros por hora y el corazón a 300 revoluciones por minuto. Miro mis amapolas, aspiro el ramo de lilas y cilantros que he colocado estratégicamente en una estantería, me empapo del aceite de sándalo, husmeo la vela de coco frente a la lavanda seca del jarrón. Veo mi rosa de San Jordi secarse lentamente y pienso en muchas cosas.
A pesar de todos esos aromas que me acarician me siento decepcionada conmigo misma, por haber sido cruel, por haber dado un portazo y haberme encerrado en mi vida.
Mire a los ojos a aquel chico que me recordaba tantas momentos que él no sabía y le dije que jamás podría ser lo que él esperaba, que mi corazón estaba bradicárdico, que no tenía pulso en las muñecas, que una extraña resignación me recorría. Sentí su dolor nada más pronunciar las palabras, su cambio de expresión, sus ganas de salir corriendo. Y así se marchó, y entonces ese extraño órgano que tenemos en el pecho empezó a latir tímidamente, recuperó el ritmo, primero fue un per…
A pesar de todos esos aromas que me acarician me siento decepcionada conmigo misma, por haber sido cruel, por haber dado un portazo y haberme encerrado en mi vida.
Mire a los ojos a aquel chico que me recordaba tantas momentos que él no sabía y le dije que jamás podría ser lo que él esperaba, que mi corazón estaba bradicárdico, que no tenía pulso en las muñecas, que una extraña resignación me recorría. Sentí su dolor nada más pronunciar las palabras, su cambio de expresión, sus ganas de salir corriendo. Y así se marchó, y entonces ese extraño órgano que tenemos en el pecho empezó a latir tímidamente, recuperó el ritmo, primero fue un per…